Cambiar algunas conductas mejora sus finanzas
“Si no somos capaces
de tener
autoconciencia,
entonces
sin
importar qué tan listos seamos
no llegaremos muy lejos”, Daniel Goleman. En ocasiones
previas hemos hablado acerca del proceso mediante el cual un niño aprende y de
cómo sus impulsos primarios son los que mayormente dan forma a su conducta.
Dichos impulsos, de
los cuales es responsable la zona más primitiva del cerebro, son precisamente
aquellos que nos llevan a tomar las decisiones cuyo beneficio percibimos en el
corto plazo. Las decisiones más razonadas de largo plazo son aquellas tomadas y
procesadas en la parte del cerebro que maneja la información, la experiencia y
el conocimiento que adquirimos a lo largo de la vida. Todas las conductas,
incluyendo la financiera, son afectadas por esta forma de decidir.
Los impulsos que nos
llevan a gastar están relacionados con la satisfacción de corto plazo que
encontramos al momento de consumir algo que nos produce placer o una emoción de
corto plazo. Quienes son compradores compulsivos son incapaces de resistirse a
esos impulsos.
Por el contrario,
las decisiones que tomamos con una visión de beneficio de largo plazo (como las
relativas al ahorro financiero) están relacionadas con nuestra capacidad
cognitiva para entender las consecuencias futuras de nuestros actos presentes y
sobreponer esa racionalidad a los impulsos de corto plazo. Sabemos por
experiencia y conocimiento que ahorrar nos trae beneficios futuros, pero
usualmente, aunque reconocemos el beneficio de esa conducta, en los hechos
pocas veces la tenemos.
En el seguimiento
que se dio a experimentos realizados con niños en los años 60 para medir su
capacidad de postergar la gratificación, se encontró que aquellos que fueron
capaces de postergar la gratificación se convirtieron en personas con una mayor
capacidad de planeación financiera y mayor control sobre otros aspectos de su
vida.
Por ello, es
importante reconocer que, si bien existen patrones de conducta arraigados en lo
profundo de esa masa de un kilo y medio que es nuestro cerebro, podemos
entrenarnos para cambiar los patrones naturales de conducta vinculados con
nuestra personalidad.
Así como podemos
entrenar a un niño para que realice actividades específicas, como andar en
bicicleta o leer y escribir (capacidades no intrínsecas a la conducta), también
podemos entrenarlo para que adquiera hábitos y actitudes favorables a la
previsión.
El neurocientífico
Michael Merzenich, de la University of California San Francisco (UCSF),
desarrolló el concepto de plasticidad cerebral, para describir la capacidad
adaptativa y cambiante del cerebro (incluso a nivel físico) a partir de los
estímulos y experiencias a los que nos vamos sometiendo de manera repetida.
Si practicamos con
nuestros hijos mecanismos que garanticen la repetición de conductas
disciplinadas, relacionadas con la previsión y la capacidad de postergar la
gratificación de corto plazo en aras de un beneficio mayor de largo plazo, los
ayudaremos a convertirse en personas que a su edad adulta sean más
independientes financieramente.
La práctica
hace
al ahorrador
Cuando enseñamos a
nuestros hijos a leer y escribir, no lo hacemos a base de decirles “mira cómo
leo”, ni les pedimos que lean una vez al mes. Es necesaria la realización por
sí mismos de la actividad de forma cotidiana para que esa capacidad quede
permanentemente grabada en su cerebro.
Reconociendo que los
patrones básicos de conducta de nuestro proceso de decisión pueden
autoengañarnos, es fundamental que desarrollemos una autoconciencia que nos
ayude a reflexionar sobre las consecuencias de nuestras conductas.
Sólo si ayudamos a
nuestros hijos a analizar los impulsos y consecuencias de sus actos, ellos
podrán reflexionar sobre las acciones para corregirlos. Debemos desarrollar su
capacidad de aprender de los errores que cometan en temas financieros, para
evitar las conductas que pondrán en riesgo su patrimonio futuro.
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